viernes, 27 de julio de 2007

Reunión en la cumbre... de la felicidad

Salió a esperarles a la rotonda. Era demasiado pronto pero estaba ansiosa por ver sus caras; risueñas, añoradas, queridas. Tenía encogido el estómago de anticipación y felicidad. Escucha el pitido de un claxon. No ha reconocido el coche nuevo. Es cierto, Pablo y Ana habían tenido que invertir en el super buga porque la princesa cuqui-cuqui no está para viajar sin aire acondicionado. Allí estaban los tres, la cuqui-cuqui amarrada a su silla de viaje. Qué grande estaba… Cómo pasa el tiempo, piensa Sandra. Ya en el coche, besa a sus amigos y arrancan rumbo a Ampuero. El grupo no está aún completo. Llegan a la casa de campo y desde el portón de entrada escuchas risas. Las niñas deben estar bañándose en la piscina. Cogidos de la mano, Mari y Gordon bajan a recibirles.

No sé si el reencuentro será así pero de todas formas… ¡¡¡Me muero por veros!!!!! Este sábado, en Castro city o en Ampuero… Friends reunited!!!! Yupi!!!

jueves, 26 de julio de 2007

VACACIONES

¡Nos toca irnos de vacaciones! Echaremos de menos el blog, pero volveremos con fuerzas renovadas

Mua

miércoles, 25 de julio de 2007

Swimming pool

En sus días libres le gustaba salir a la terraza y contemplar el transcurrir de la vida por la plaza. Hacía apenas una hora que los del camión del pescado habían llevado el género a la pescadería de abajo y uno de los transportistas había echado hielo al pie de uno de los arbolillos. Al derretirse, se había conformado una improvisada piscina en la que ahora se bañaban decenas de palomas. Se agolpaban furiosas para disfrutar del frescor insólito en aquel ardiente día de agosto. La escena le resultó asquerosa. Se zambullían felices de librarse de las pulgas y salían arrastrando las alas que ahora pesaban demasiado para volar. Le dio asco contemplar el agua teñida de tierra que se transformaba en lodo y le dio asco pensar en el olor de pescado que de allí debía emanar. Una arcada sacudió su cuerpo. Y luego pensó en las piscinas, en los mares contaminados y en los gritos de felicidad de los bañistas.

El timbre

Abre la carpeta en la que guarda los recortes de periódico. Le gusta revisar los amarillentos papeles que refieren el asesinato del millonario Sheldon. Los conserva todos, desde que se descubrió el cadáver hasta que la noticia se fue sumiendo con un leve eco de reproche a la falta de resultados de la investigación policial. Se recuesta en su sillón. Piensa que, transcurridos diez años, su crimen fue perfecto. Y esta tranquilidad de espíritu le conduce a un sosegado sueño. El timbre hace añicos el silencio de la casa. Los policías se aprestan a derribar la puerta.

lunes, 23 de julio de 2007

Caramelo

Suena su voz dulce y de terciopelo y todo queda recubierto de una pátina de ámbar azucarado. Se mecen los cuerpos suavemente atrapados en el espesor de miel y surge el géiser de emoción, emoción propia que se nutre de emociones ajenas. Le nace de las entrañas y le recorre el cuerpo en chorros de energía, le atenaza la garganta y quisiera llorar pero no lo hace. ¿Es tristeza? Tristeza de no sentirse abrazada y mecida. No. Es emoción, eso que muchos no comprenden y que a ella le embarga demasiado a menudo. Vive agazapada, bestia dormida que sin previo aviso, y en las situaciones más inesperadas, estalla en gotas saladas. Cierra los ojos para recordar la increíble bahía y recuerda que le pidió algo al jorobado. Imploraba algo que no se ha cumplido. Se asombra de que sea imposible conseguir aquello que se anhela tanto. Adriana, carioca. El grito la saca de su ensimismamiento. Vuelve en sí para contemplar a aquella mujer hermosa vestida de negro que tanto le recuerda a alguien querido que espero a su mes preferido para irse y la bestia ruge dentro. Nostalgias. No se puede ser más feliz, piensa. Su vida, plagada de instantes perfectos y tan intensos…

jueves, 19 de julio de 2007

La sonrisa del pirata

Alárgame una manzana de ese barril, tengo el gaznate reseco. El pirata hunde su brazo velludo y a punto está de tocar al pequeño John cuando se oye el vozarrón del anciano Creek. ¿No sería mejor que remojases tu garganta con el ron que hemos robado? Todos aplauden la idea y se lanzan a la bodega del barco. El muchacho, acurrucado y tembloroso entre las manzanas, piensa en su mala suerte. Cómo podía imaginarse que se trataba de un barco pirata cuando se coló de polizón. Él sólo quería cruzar el océano para encontrase con su madre.
El viaje es largo, muy largo. Ahora John trepa como un mono por los mástiles, limpia la cubierta, ayuda al cocinero y, por las noches, el viejo Creek le permite manejar el timón. Qué emoción girar esa rueda y decirle al mar que es él quien guía el barco.
‘The Imperial’ toca tierra en la costa brasileña. Los hombres se despiden, algunos con lágrimas, del muchacho. Tras dos días de aprovisionamiento, embarcan de nuevo sin rumbo establecido.
Alárgame una manzana de ese barril, tengo el gaznate reseco. No hay ánimo para trasegar ron. El marinero hunde su brazo y suelta una maldición. Tira con fuerza descomunal y, colgado del pelo, aparece con sonrisa de pirata el pequeño John.

viernes, 13 de julio de 2007

Doce

Qué secreto guarda el viejo Isaac, que ahora yace en la camilla del forense. Qué puede esperarse de una autopsia a un hombre que ha llegado casi a los cien años. El funcionario desviste el cuerpo con pudorosa rutina. Las ropas son dignas pero muy gastadas. Los zapatos, apenas sin suelas. Una larga vida marcada por la austeridad y muchas privaciones, dijo un familiar. Otro recordaba su vieja historia de que un amigo le operó de apendicitis en Auschwitz y cómo aquella operación le libró de una muerte segura. Estos comentarios han llegado a oídos del forense, que observa la irregular cicatriz en el cuerpo macilento. No parece la obra de un cirujano. Los dedos recorren la vieja herida apenas cubierta de vello blanco. Coge el bisturí, ni estos profesionales se escapan a la pandemia de la curiosidad. Saja. Ahí están. Bajo la piel cuyos poros se han cerrado para siempre, aparecen doce diamantes.

jueves, 12 de julio de 2007

La foto

Anita, ¿a qué no sabes quién es esta persona de la foto? Yooooo, grita la niña con toda seguridad. No, ése soy yo. Anita aparta la mirada de la fotografía y la fija en Amador. No puede creer que su padre, que la monta sobre sus hombros cuando van a pasear y está cansada, que sabe andar en bicicleta y que arregló el transistor de su madre para que ésta escuchara de nuevo la radio por las noches, haya podido ser alguna vez un niño tan pequeño.

lunes, 9 de julio de 2007

Vacaciones Santillana

Disminuía la velocidad el tren y empezó a sentir como se le contraía el estómago. Todos los días hacían el largo trayecto de ida a vuelta a Somorrostro ya que su pueblo sólo contaba con una minúscula escuela y los pocos que podían permitirse seguir con los estudios tenían que desplazarse hasta allí. Sabía que sus padres estaban realizando un esfuerzo enorme para que él hiciera la maestría pero a él no le interesaban los estudios. A él nunca le salía encerrarse a estudiar. Prefería jugar a tres navíos en el mar o ir a pescar truchas al río con los amigos. Ahora tenía que entregar las notas y claro, con dos suspensos, su madre no iba a ponerse muy contenta que digamos. Es verano y él no puede salir, le han castigado en casa, le han encerrado en su cuarto con todos los libros de texto. Se tumba en la cama y cierra los ojos. Sueña con correrías de estío. De pronto, escucha la voz de su madre: Amadorín, hijo, estudia. Calla mamá, que estoy repasando de memoria.

viernes, 6 de julio de 2007

El hogar

Cada vez que vuelve de uno de sus numerosos viajes de negocios, Laura se abraza a su marido y hunde la cabeza en su cuello durante unos minutos. No dice nada. Roberto acepta este ritual aunque no lo comprende del todo. Para Laura, ese olor peculiar de Roberto -mezcla de su gel de ducha, perfume y sudor- es la constatación de que realmente ha llegado a casa.

Volver

Hacía más de diez años que no iba a su casa. Su hermano Luis le había visitado un par de veces con su mujer y sus dos hijos y sus hermanas habían ido con tanta frecuencia que no había tenido tiempo de echarlas de menos. Ve su maleta aparecer por la cinta de equipajes y la recupera de un movimiento ágil. La nueva terminal de Barajas le resulta alucinante. Todo ha cambiado tanto... Empieza a transpirar nervioso. Sabe que Carmen e Isabel estarán esperándole a la salida, lo que no sabe es si sus padres estarán allí también. Él es ya un hombre y ahora siente de nuevo que tiene cuatro años. Diez años le han hecho falta para regresar, para descubrirles a sus padres quién es en realidad. Ya no es ingeniero, y ya no lleva gafitas ni es aquel chico redondo que marchó a Nueva York a probar fortuna. Se ha operado de la vista, se ha taladrado la piel con espectaculares piercings y tatuajes orientales decoran su fornido cuerpo. Antonio es uno de los artistas más reputados del Soho y comparte su vida con un decorador de interiores, un galgo afgano y dos gatos persas. Ha cambiado tanto... Nadie de su pasado podría reconocerle ahora. Sólo sus hermanos han visto la metamorfosis y saben que es de su vida. Se abren las muertas de cristal y justo en frente, están ellos, mirando con atención extrema quién sale. Su madre se lleva una mano a la boca y su padre le mira entre atónito y furioso. Y de la marea humana que espera salen galopando dos niñas de pelo largo y rizado que corren a abrazarle. Son sus hermanas Carmen e Isabel. Antonio se mira y ve que ha vuelto a ser Tito, un niño tímido y con bombachos. Suspira aliviado y besa a esas dos estupendas mujeres que le abrazan con tanta fuerza. Avanza con determinación hacia sus padres. Papá, mamá, no me miréis así. Soy yo, soy Tito.

miércoles, 4 de julio de 2007

El jefe

Odiaba a su jefe. No podía evitarlo. No sólo no soportaba su forma rastrera de hacer negocios, sino que su físico le repelía. Había acabado por odiar a los calvos, sólo por que su jefe lo era. Y esa arruga que le salía en la frente cuando pedía algún cometido a sus empleados, a sabiendas de que era imposible cumplirlo... Agh, sólo de pensarlo se estremecía. Mientras estaba sumida en sus pensamientos, sintió un aliento en su nuca. Sólo podía ser él. ¿Qué tal el día, jefe? Lleva una preciosa corbata.

Objeto no identificado


Era una luz cegadora, que se desplazaba a unos diez metros del suelo sin rumbo fijo. Nunca había visto nada igual. Era incapaz de pestañear y su boca se resistía a cerrarse. Se sentía maravillada por lo que tenía ante sí. No podía creerlo, pero allí estaba. La emoción y el temor se entremezclaron en sus entrañas.

Lourdes, ¿vienes a la cama o te quedas viendo a Iker?

El ombligo del mundo

Marina mira absorta la pantalla de su PC y a punto está de dejar escapar una lágrima. El power point que acaba de leer le ha hecho pensar en su abuela. En un acto reflejo dirige su mano derecha a su muñeca izquierda y acaricia el reloj de oro antiguo que ella le dejó en herencia. El documento habla de un brasileño que se fue a Suecia a trabajar en la Volvo y que comenta cómo un compañero que le llevaba en coche al trabajo siempre aparcaba en el lugar más alejado de la fábrica a pesar de que siempre llegaban los primeros y siempre estaban todos las plazas libres. Un día le pregunta por qué hace esto a lo que él responde que ellos tienen tiempo para caminar, que los estacionamientos cercanos a la puerta se dejan para aquellos que llegan más tarde. Su abuela no era ni sueca ni ingeniera pero Marina recuerda los viajes en el 4 de camino al colegio y a su abuela diciéndole: Marina, no te sientes ahí, vete para atrás. Pero abuela, si está el autobús vacío. Marina, hay que pensar en que puede subir gente mayor que no esté ágil o gente cargada. Marina, tú no eres el ombligo del mundo. Acostúmbrate a pensar en los demás.

martes, 3 de julio de 2007

Burnout

Ya no podía más. Había tenido un día de mierda en el trabajo y lo peor de todo es que esto no era un caso aislado, últimamente la situación se repetía con mucha frecuencia, con demasiada frecuencia. Ya no recordaba lo que era encender el móvil por la mañana y ver que no había ningún recado envenenado. Cada día apagaba el teléfono más tarde y aún así, siempre había alguien que se las arreglaba para llamar a horas intempestivas con alguna urgencia o algún problema gordo. Estaba tan estresada, tan asqueada que hace un mes o así había empezado a descargar su agresividad de una forma un tanto peculiar: salía de caza por la ciudad. Preparaba cuidadosamente sus armas, las camuflaba bajo su abrigo y salía a peinar las calles, en busca de víctimas fáciles a las que mataba en algún callejón oscuro, teniendo siempre mucho cuidado de no ser vista. Había desarrollado una pericia única en el manejo del cuchillo y ya era una experta en artes marciales. Al principio no le quedaba más remedio que disparar a sus víctimas porque aun era torpe pero eso no acababa de calmarla. Le gustaba golpear a sus presas, verlas sangrar, dislocarles el cuello de una certera patada en la cabeza… Ayer, mientras deambulaba por los bajos fondos de la urbe compró a unos marineros una magnífica catana japonesa que pensaba probar hoy. Llega a casa, deja el bolso en la entrada, se descalza, camina hacia el salón mientras se quita las joyas. Saborea de antemano el baño de sangre que le espera. Enciende su PS3 y se acomoda en el sillón. “Hoy lo van a flipar”, piensa.

La prueba

Quién dijo que la rutina fuera mala. Emilio la añora profundamente. Antes todo estaba en su sitio y en su momento. Ahora todo son prisas e improvisación. Echa de menos sus paseos interminables en aquel espacio pequeño, y las conversaciones siempre parecidas y nunca iguales. Recuerda a sus verdaderos amigos, esos que se dieron cuenta de que marcharse de allí no era lo mejor. Qué fácil era todo cuando la comida siempre se servía puntualmente y para leer un libro por la noche no había que comprarlo, bastaba con pedirlo. Emilio está decidido a volver. Observa a un grupo de obreros que pavimenta las calles y, con una agilidad impropia de un anciano, roba varios adoquines. Uno a uno los va lanzado contra los escaparates de El Corte Inglés. Los enormes cristales caen como telones que dejan ver al público la obra de teatro de los maniquíes. Las figuras inmóviles no se deciden a salir, tanto tiempo han permanecido quietas. Los transeúntes más atrevidos entran en el escenario. La rapiña ha comenzado. Emilio agarra con fuerza el último adoquín. No quiere tirarlo. Es la prueba que lo delata. Pronto volverá al lugar que le corresponde.

lunes, 2 de julio de 2007

Señales divinas

Cae la tarde y Lucía decide emular al sol y se zambulle en El Caribe. Hace calor, mucho calor y ella está medio ebria de tanta cerveza helada. Lleva dos meses en Playa del Carmen. Se había enamorado de aquel lugar hace ya muchos años, cuando viajó por vez primera a Méjico. Entonces se dijo que si alguna vez necesitaba pararse a reflexionar sobre el curso de su vida se iría allí ya que el pueblo, aunque lleno de chiringuitos y boutiques de souvenirs, conservaba un aire distendido y hippy. Era un paraíso en el que te adornaban los males con una sombrillita de colores que clavaban en el hielo de los margaritas, servidos en aquellas copas de hermosísimo cristal mejicano. Lucía flota y se deja mecer por el suave vaivén de las olas mientras piensa en la vida que ha dejado atrás, esa vida que queda ya tan lejos. Lleva dos meses charlando con gente que está de paso, con lugareños simpáticos que la han acogido en sus vidas y con otros viajeros que han llegado y que como ella, no saben cuando van a irse. El tiempo se ha detenido y de repente, en la quietud de la tarde, Lucía percibe que algo se aproxima y oye un ruido sordo a su lado. Casi le da un infarto. Algo se ha precipitado a gran velocidad desde el cielo. Se incorpora nerviosa y tose el agua que ha tragado. A un metro escaso de donde ella está, surge de las aguas un enorme pelícano que levanta el vuelo ufano. Lleva en el pico a su presa, que coletea desesperada luchando por conservar el aliento. Lucía piensa que no quiere coletear. Tampoco quiere permanecer impasible mientras el tiempo se escapa. Lucía sale del agua y camina al chiringuito de Manuel. Llámale a la Lupe y dile que me reserve el primer vuelo con destino a Madrid. Mañana levanto el vuelo Manuel, mañana regreso a casa.

A los niños los trae la cigüeña


¡Mamá, mira, una cigüeña! ¡Mira cómo vuela, tan elegante! ¿No es preciosa? No, contesta desabrida la madre. Clara, inocente, pregunta de nuevo: ¿por qué no te gusta la pobre cigüeña? Porque las cigüeñas son las que traen a los niños al mundo, ¿no lo sabías?, espeta la madre con la voz cargada de rencor y amargura. La sonrisa de Clara muere en sus labios. Aprieta los puños y sigue caminado detrás de una madre que no la quiere; una madre que en el fondo es una extraña. Veinte años después, sentada frente a la jaula de los monos, Clara recuerda aquel episodio que ya ni le duele. Javier y la pequeña Laura se acercan al banco donde ella descansa. Clara se levanta y propone: ¿vamos a ver los pájaros? ¡A lo mejor tienen hasta cigüeñas! Camina entre su marido y su hija, asida a ambos de la mano.