miércoles, 20 de febrero de 2008

15:20

Ni liberada, ni ligera, ni liviana. En ese momento se sintió sola, ausente e incapaz de fijar su pensamiento en nada.

-Hora de la muerte, las 15:20.

martes, 19 de febrero de 2008

El quinto

Raimundo sudaba profusamente. En la casa el calor se colaba en vaharadas de aire lánguido que goteaba a través de los poros de los visitantes. El olor de las madreselvas se mezclaba con el perfume de las muchachas que era dulce y espeso. La casa latía a un ritmo desconocido para él y los gemidos constituían un particular hilo musical que hacía que le temblasen las piernas. El muchacho notó como la estancia le daba vueltas. “Ándele mi hijo, ¿a qué espera?” Alargó la mano hacia el pomo de la puerta en lo que le pareció la distancia más amplia por el hombre jamás recorrida. Y allí estaba ella. Encajes fucsias y negros adornaban su rotundo cuerpo. La visión le corto el aire y solo alcanzó a notar como dos manos le empujaban hacia la pelirroja que yacía en mitad de un enorme lecho. La sonrisa burlona de la mujer y el color anaranjado de su pelaje le hicieron pensar en el gato de Cheshire. La puerta se cerró a su espalda. Inmóvil, paralizado por la visión del cuerpo de carnes blancas que se le acercaba, escuchó los gritos de su padre que brindaba con otros parroquianos. “Para la desquintada de mi primogénito he elegido el mejor género de la casa, la Viridiana. Seguro que a mi muchachito le gusta esa perra francesa.”

lunes, 18 de febrero de 2008

Elefantes

Este mes he publicado mi primera colaboración en la revista de temática asiática "Haiku kultura" y hoy en El Correo he leído esta historia que me ha hecho pensar que la realidad siempre supera a la ficción, ¿no?


Petita 'la fea' se casa con su novio Luka, un esbelto elefante

Petita 'la fea', una elefanta del parque Terra Natura en Benidorm, fue oficialmente emparejada ayer con su novio Luka, un esbelto paquidermo. Petita, de 34 años, era repudiada y agredida por la manada debido a su extrema delgadez (sólo pesa 2.900 kilos, cuando una hembra de su especie ronda los 4.000). Pero gracias a su amiga Kaisoso, que hizo de 'celestina', consiguió finalmente ligar.

El gran día

Hoy era el gran día. Había llegado a Jaipur cuando los primeros rayos de sol arañaban los perfiles de los edificios de la ciudad. En Jaipur no existe el silencio, dicen de ella que nunca duerme, aunque Frank Sinatra nunca le dedicara una canción. Los colores te atrapan al pasear por sus calles, es como una explosión cromática que llena tus pupilas, te abraza, te envuelve y cuando crees que has sobrevivido a su onda expansiva, vuelves a encontrar una variedad de color que tus ojos nunca han visto y esa sensación embriagadora vuelve a empezar. Por eso el amo había decidido que fuera con los ojos cerrados, para que esa amalgama no la descentrara. Hoy era el gran día, hoy tenía que ser la elefanta más bella del Festival y nada, ni siquiera la belleza de los irisados de Jaipur, podían distraerla.

Cuando descubrieron sus ojos lánguidos miró a su alrededor asustada, pero pronto encontró al amo con su mirada inquisidora, parecía que quería comunicarse con ella, preguntarle si estaba cómoda, si el viaje desde su poblado no la había perturbado, pero, en realidad, conseguía todo lo contrario, ella se asustaba con sólo mirarle, siempre parecía que había hecho algo malo. La amenaza de la vara sobre sus costillas estaba tan reciente en su memoria, en su memoria de elefanta, que no quería que sus ojos se cruzasen durante demasiado tiempo. A veces se preguntaba por qué se sometía a aquel hombre, se preguntaba si no sería capaz de aplastarlo, de convertirlo en algo pequeño e insignificante. Pero entonces, se acordaba de la hija del amo, de su sonrisa, de sus ojos como centellas y olvidaba al amo y a su vara, el miedo y el dolor.

El amo dio una palmada y un ejército de ayudantes inició su labor. Primero le pintaron la cara, la hija del amo se encaramó en su trompa y comenzó a dibujar líneas negras y rojas que luego rellenó de pintura verde jade. Cuando enmarcó sus ojos con unas estelas rosas, le besó y le dijo casi en un susurro que se había portado muy bien. Después, a escondidas, le dio un dulce de los de la feria, sabía que su padre se lo había prohibido pero no le importó. Los dos hijos varones del amo se agacharon y le pintaron las patas, sólo las hembras llevan pintadas las patas en el Festival de Jaipur.

Mientras este enjambre de operarios se encargaba de acicalarla, ella miraba a lo lejos, al partido de polo. Uno de los elefantes que estaba jugando llamó su atención, era fuerte y ágil, y una mancha oscura escondía uno de sus ojos, pero no su belleza. En ese momento, el amo decidió que era el momento de colocarle las telas. Eran unas sedas de Varanasi que la mujer del amo había bordado con oro de Mysore. Cada dos centímetros exactamente había colocado tres perlas de Hyderabad. Todo era perfecto, podía verlo en sus caras, en la expresión del amo que mezclaba satisfacción y orgullo.

Llegó el momento esperado, el desfile. El amo subido en el palanquín le gritaba órdenes que apenas oía por el bullicio de la multitud que se empujaba por tener un sitio en la primera fila. Entonces, le vio de nuevo, era el elefante del partido de polo, y no pudo resistirse, giró la cabeza y sus ojos se encontraron. Un sordo rumor llegó lentamente a sus oídos, al principio no entendía nada pero en un instante lo comprendió todo, eran los alaridos del amo que le ordenaba que volviera al desfile. No pudo evitarlo, una fuerza que llegaba desde sus cuatro patas le hizo incorporarse, notó como aquellas suaves telas resbalaban por su lomo, como el amo caía y rebotaba contra el suelo. No miró atrás, era su gran día y, ahora, lo sabía.

Contigo

Cuanto más tiempo estoy contigo, más aprendo de mí misma.

Sólo tú eres capaz de ver lo mejor que hay en mí y enseñárselo al mundo.

Sólo contigo me siento completa. Sólo contigo me siento más yo.

jueves, 14 de febrero de 2008

La última guardia

Hoy de nuevo le ha tocado pasar la noche en vela, de guardia. El miedo atroz a dormise y no despertar jamás le mantiene en vela sin problemas, y aun así odia hacer guardia tanto como odia estar en este país en guerra. ¡Dios mío lo que he tenido que ver! De repente, escucha unos ruidos al otro lado de la improvisada barrera. Pasos, respiraciones agitadas y risas. No pueden ser enemigos. Coge los prismáticos de visión nocturna e identifica sin problema a dos soldados de su bando. No quiere ni pensar de dónde vienen. Mañana tendrá que reir y aullar el relato de cómo cortaron las orejas a uno de esos 'osamas' o cómo violaron a una niña de la edad de su María... Una vez más, la guerra le asquea y odia tanto a sus soldados y a sí mismo como al enemigo sin cara. Apoya con cuidado el fusil en su hombro, para no errar los tiros. Dirá que nadie se identificó. Se mostrará apesumbrado. Llorará si hace falta. Si todo sale bien, le mandarán a casa.

martes, 12 de febrero de 2008

Un hombre de palabra

Vladimir, borracho como siempre, propuso a su amigo Fiódor jugar a la ruleta rusa. Qué fácil era para él proponer semejante juego, él que estaba en la vida más solo que un mojón de carretera. Pero la paciencia de Fiódor tenía un límite y ya estaba harto de las mamarrachadas de su amigo. Cogió el revólver, lo sopesó, y dijo que hoy el juego sería diferente. Abrió el tambor y extrajo una sola bala. Vladimir lo miró asombrado y con gesto babeante asintió. Fiódor hizo girar el tambor con fuerza. Se llevó el revolver a la sien, respiró profundamente y apretó el gatillo. Click. Ofreció el arma a Vladimir, que la tomó con delicadeza, como un reo condenado a muerte coge una Biblia. Era un borracho, un necio, pero un hombre de palabra.

lunes, 11 de febrero de 2008

La manta

Para las mantas de mi vida. Gracias por arroparme, protegerme y quererme.


Un día duro. Las cuentas no cuadraban y había tenido que aguantar la desconfianza de su jefe de departamento hasta que los números borraron la sospecha de su mirada. Aunque, para eso, tuvo que alargar su jornada cuatro horas más. Pero ya había llegado a su piso y en el sofá la esperaba ella, su vieja compañera, silenciosa y fiel. Era de color chocolate y obviamente era suave. Pero de una suavidad extraña, como si le faltara algo, como si, con los años, hubiera ganado en calidez pero el roce y el uso le hubieran quitado ese tacto aterciopelado que tanto le gustó cuando la vio por primera vez en la sección de saldos. ¿Qué haría allí?, se preguntó mientras la desdoblaba y la estiraba hasta su nariz. Le gustaba el olor que desprendía. Respiró profundo y pensó, ¡bienvenida a casa!

Ya se divisa en el oriente el alba

Ya se divisa en el oriente el alba. Los ojos entreabiertos vislumbran a lo lejos, la luz de la mañana. En el campo de batalla los cuerpos reposan inertes. Lucha. Se estira, intenta desembarazarse del peso del cuerpo que la oprime. Él apenas boquea. No hay restos de sangre y, sin embargo, un olor acre revela que la herida sigue abierta. Repta por el suelo y tantea con su mano derecha. Necesita recuperar su espada. Por fin la encuentra. Un esfuerzo más. Comienza a sudar profusamente. La tiene bien empuñada. Está lista. Morir o matar. Siente la reacción violenta y su cuerpo se rinde. Él le arrebata el filo y penetra su carne. El sudor y la sangre se mezclan y ella siente que con cada embestida de la hoja, la vida se le escapa. Se abandona.

Las gotas de lluvia la despiertan. Poco a poco el agua le devuelve la conciencia, lava la sangre que se filtra en la tierra. Cierra los ojos y se deja acariciar por el agua que recorre su cuerpo, sonrié, comprende que sigue viva.

Quiero

Quiero callarme pero las palabras acuden a mi garganta y aunque cierro la boca, mis ojos son dos altavoces que nadie puede silenciar.

Quiero parar de llorar pero me he convertido en un manantial salvaje para el que no existe la sequía.

Quiero olvidarme pero el recuerdo se ha quedado en mi memoria como un eco lejano y conocido, una reverberación llena de vacío.

Quiero pero no puedo, puedo pero no quiero.

viernes, 8 de febrero de 2008

Salina

Soy Poseidón, señor de los océanos. A ti llegaré cabalgando veloz sobre las olas acompañado por mil criaturas marinas que te librarán de las ataduras que te encadenan. Hoy yo te bautizo Salina y, al inundarte, el agua te conferirá las propiedades de los mares. No le temas a nada. Serás cristalina y todo te será revelado. Si alguna vez flaqueas y sientes miedo, sumérgete en mi reino y la caricia del agua salada entrando por todos los poros de tu ser te recordará quién eres y de qué sustancia estás hecha.

Mi sitio

Un caleidoscopio de colores nunca vistos

Una ruleta de brillos que no ciegan

Un espejo que refleja sólo verdades

Donde quiero quedarme para siempre, aunque para siempre sólo sea un segundo

Tus ojos

lunes, 4 de febrero de 2008

Soledad

Tengo los pies fríos.

Nunca había imaginado cómo sería cruzar descalza un lago helado llevando a mi espalda un peso inabarcable que me impidiera alzar los talones y correr de puntillas.

La ansiedad me golpea el pecho.

Nunca había notado el miedo rebotando entre mis costillas. Todo el mundo dice que mi mayor virtud es tenerlo todo bajo control. Pero, de repente, veo como mi piel transpira pánico.

El vacío me invade.

Las habitaciones de mi casa se hacen inmensas. Es irónico, siempre dije que eran cuchitriles.

Tú no estás.

Yo estoy aquí.

viernes, 1 de febrero de 2008

La rabia

Con horror miraba la pantalla del ordenador desde el que había enviado el mensaje que le iba a costar su puesto de trabajo. Otra vez se había dejado llevar por la rabia, esa misma rabia que le hizo propinar en dos ocasiones dos sonoras bofetadas a María, su ahora ex-mujer. También había sido la rabia la que le cegó hasta el punto de negar ayuda a su hijo Alfonso, cuando éste se la suplicó. Sus monumentales enfados no remitían, no importaba cuántos libros de autoayuda leyera. Ya se lo había dicho ella cuando le dejo: Armando, nunca vas a cambiar, nunca. Lo había tenido todo y lo había echado a perder. Era un imbécil, un pobre hombre, un perdedor. Se dejó ganar por el sentimiento conocido, que le ahogaba en el pecho y consumía de nuevo. Sí, un perdedor y un imbécil... Abrió la ventana y contempló el suelo hacia el que la rabia le empujaba.