martes, 28 de abril de 2009

La ira de Dios

Eres un mal nacido. ¿Me oyes? Un mal nacido. Ojalá te parta un rayo. La mujer cerró las contraventanas de un golpe seco, lleno de rabia. Él, protegido por las sombras, se adentró en la cálida noche, llena de cánticos y fiesta y el crepitar de las hogueras de San Juan que ardían en cada barrio de la ciudad, seguro de que los vecinos la habían oído gritar. ¿Qué más daba? Ya sabían que era un mal marido y todos, hasta él mismo, intuían que sería un peor padre.

Llegó al bar. El olor a cigarros y alcohol le saturó la nariz y le aplacó el ánimo. La tormenta comenzó horas después y descargó con saña sobre el pueblo durante cuarenta largos minutos, apagando las hogueras, las fiestas y la vida de un pobre diablo que volvía a casa tras una noche de parranda. No le dolió tanto a Dolores la pérdida del hombre, como la certeza de que ella, con sus reproches y gritos desde la ventana, había invocado la ira de Dios.

lunes, 27 de abril de 2009

Duelo interior

Busca durante la noche, rodeada de sombras, su sabor salado y el olor inconfundible que se esconde en su nuca. Rememora las experiencias conjuntas, los momentos de dicha y las tardes gloriosas de los primeros encuentros. Con ansia, con culpa, con desesperación recuerda sólo lo bueno -que es tanto- para desalojar la pena instalada en su corazón, para tapar la voz del otro. El otro, que en una noche la conquistó, como hiciera su marido años antes, con miradas anhelantes y palabras sinceras. Durante meses, resistió los empellones del amor, cerró puertas y ventanas a las llamadas suplicantes del posible amante y venció. Un día, él se rindió y no volvió. Ella recuperó el sueño y la tranquilidad y ganó una mirada sabia y limpia, que sólo los que han vencido a sus propios demonios pueden portar.