jueves, 23 de agosto de 2012

Suspendida


Su pie pisó el freno con fuerza y un chirrido sobresaltó a los pocos transeúntes que se habían aventurado a salir a la calle pese a lo inclemente tiempo. Lentamente, como en un sueño o en una película, el coche se empotró contra la parte trasera del vehículo parado ante el semáforo en rojo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo estuviese pasando muy deprisa o infinitamente despacio. Mierda -pensó- ahora sí que he suspendido el examen de conducir.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Cicatriz


De tanto repetir la mentira, Gladys había acabado creyéndosela. La cicatriz que le partía el labio en dos era la más visible, aunque no la única, y al final todos acababan preguntando con mayor o menor tacto al respecto. La carretera mojada, la motocicleta, un frenazo brusco, y luego el dolor punzante de los cristales clavados en la carne, de las quemaduras producidas por el asfalto y los trozos de metal. Todo resultaba creíble y explicaba también las otras marcas: en los brazos, en la espalda...

Solo cuando volvió a verle de nuevo, por casualidad, en la pequeña ciudad española que la había acogido, recordó esa verdad que había conseguido enterrar durante cuatro largos años.

Él iba acompañado de una chica de pelo largo negro. Si no estaba aún marcada, pronto lo estaría. Quiso gritar. A él, su odio. A ella, que huyera. Pero no hizo nada. El miedo la tenía atrapada y cada una de las siete cicatrices que afeaban su cuerpo escocía a la vista del agresor.

Antes de llegar a casa ya había tomado la decisión. Dejaría el piso y el trabajo y volvería a mudarse. No podía arriesgarse a toparse con Luis un día por la calle y que él la reconociera. Los dos meses que necesitó para poner en orden su marcha vivió marcada por la angustia. El corazón le latía con fuerza antes de girar una esquina, ya no iba al cine, ni de tiendas, ni quedaba con los pocos amigos que había hecho. ¿Para qué? Ella sabía que se iba y que un mal encuentro fortuito podía arruinar toda su vida.

Dos años después volvió a verlo; esta vez en la pantalla del televisor. La periodista decía algo de violencia de género, pero ella solo se fijaba en el cuerpo cubierto por una sábana ensangrentada y pensaba en la morena del pelo largo.

Esa tarde sumó una cicatriz más a las siete repartidas por su geografía. Invisible para el resto, pero no para ella, fue la que más dolió.  

viernes, 9 de marzo de 2012

El perdedor

Tus ojos me dicen que esta noche has vuelto a perder y que nada de lo que diga te servirá de consuelo. Tus labios apretados me confirman que no quieres que te acoja con miradas comprensivas ni silencios compasivos. Por eso, esta vez no rogaré para que me dejes entrar en tu habitación y me permitas curar tus heridas. Tus ojos vacíos se reflejan en los míos, pero tan ensimismado estás en tu propia derrota que no te das cuenta de que resolutos dicen: mañana me marcho.