jueves, 6 de marzo de 2008

Aurresku de honor

Se abren las puertas del ascensor. Mira el panel luminoso. Planta cuarta. Aquí es. Respira hondo y aprieta en su mano el pase que abre la puerta de cristal. Sale con sus dos acompañantes, pega el pase al lector y entra sin saludar a la recepcionista que la mira atónita. Deja el pase en el mostrador y camina con paso firme hacia el despacho del director general. La comitiva ha comenzado a actuar y aires de txistu y tamboril invaden el espacio diáfano. Sus compañeros se despegan de sus quehaceres para observar el espectáculo. Va vestida con pantalón blanco de algodón y camisa a juego ceñida gracias a un fajín de color escarlata, rojo vivo, el mismo rojo que tiñe la txapela que lleva en su mano derecha.
Alertado por el escándalo el director ha salido de su despacho. Perfecto. Todo marcha según lo planeado. Ahora sí tiene espacio. Comienza con los primeros brincos y le tira la txapela a la cara. "Dentro de la boina está mi carta de dimisión". El baile sigue con brío y comienza a lanzar feroces patadas al aire. Cesa la música y ella se inclina y saluda al corro de gente que la rodea. Nunca había bailado un aurresku. Es asombroso lo bien que le ha salido. Sus pies volaban sobre la horrible moqueta verde.

El leve pitido la saca del sueño. Hoy es el gran día. Tiene que darlo todo en las cinco entrevistas que tendrá que hacer a lo largo de la mañana. El sí significa el salvoconducto a la libertad, la dimisión soñada. Ríe al acordarse del baile que se acaba de echar. Si consigue el nuevo trabajo quizá debería plantearse reproducir su sueño o, como dice su amigo Pablo, girar cual derviche seguidor del místico Rumi y, con el corazón alegre, lanzar al viento cartitas de dimisión cuales octavillas libertarias mientras gira incesantemente la cabeza.

2 comentarios:

pablini dijo...

Me he emocionado por aparecer en tu relato. Gracias, Sullyvan.

Mari Pickford dijo...

Mucha mierda. Buena suerte. Sullvan, estamos contigo.