viernes, 23 de mayo de 2008

Felina

En mi otra vida fui un gato. Siempre me imaginé como un felino común de raza europea, un michone rayado de esos que inundan nuestros parques. Ahora no, ahora se que fui un jaguar. Sólo así se explica mi fascinación por los coches de dicha marca. Lo curiosos es que no me fijo en la elegante línea del vehículo sino en la estatuilla plateada que les sirve de mascarón y que representa a uno de mi raza con las fauces abiertas, luciendo colmillos y mostrando la potencia de unos músculos tensos para el ataque. En casa de mis padres hay un busto de obsidiana negra, pulida, que representa a un dios azteca con cabeza de jaguar y, cada vez que les visito, la pieza azabache despierta fascinación en mí. Me llama. No sé por qué, hoy me he acordado de Uxmal, de su selva verde y del silencio de su noche. Hoy he sabido que hace miles de años viví agazapada en aquella selva conviviendo con los habitantes de las pirámides. Entonces era el señor de los bosques, tenía una formidable dentadura blanca como la nieve y un pelaje más oscuro que el manto de la muerte. Tenía los sentidos agudos y un cuerpo armado de poderosos músculos. Hoy vivo en grandes ciudades rodeada de basuras y humos y, sin embargo, en días como hoy en los que me asomo al balcón y olfateo el olor de la tierra mojada, puedo sentir aún quien fui y me doy cuenta de que guardo en mí toda la potencia del jaguar.

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