jueves, 21 de enero de 2016
La decisión
Guardar, no guardar, cancelar. Aurelio se quedó paralizado por la duda. No era una decisión del todo libre, pues el verbo guardar se encontraba destacado en una aureola azul. Guardar suponía aceptar todo lo que había escrito. Le pareció valiente, pero arriesgado. No guardar conllevaba la desaparición de todo lo escrito. Le pareció cobarde, pero seguro. Cancelar significaba dejar las cosas como estaban hasta ese momento. Le pereció prudente, pero no resolvía la duda.
Aferrado a la vida
Corría el año 2016 y por aquel entonces solía viajar
a menudo a la ciudad alemana de Fráncfort, con su río Meno, sus grandes
rascacielos, sedes de algunos de los mayores bancos del mundo, y sus ferias del
libro, del automóvil o de la carne. Solía toparme con un señor gordo, de
apariencia tímida, que siempre iba solo. Lo veía en Wagner, en el barrio de Sachsenhausen,
devorando salchichas y schnitzels, regados por grandes jarras de cerveza de
trigo o de sidra de manzana, tan típica del estado de Hese.
Otras veces lo encontraba caminando sin rumbo por Römer,
o cruzando el puente Eiserner Steg, siempre solo, vestido con un traje gris que
le quedaba grande pese a su extraordinaria corpulencia.
En alguna ocasión, por pura curiosidad, pregunté por
él a los afanados camareros de la cervecería sin que supieran darme razón.
También intenté seguirle durante su errático
deambular por la fría ciudad, pero siempre lo perdía de vista en algún punto
del Zeil, entre la marabunta de compradores que se arremolinaban frente a los
escaparates de sus tiendas y centros comerciales.
Después dejé de viajar a Alemania y olvidé al obeso
desconocido. No volví a pensar en él hasta hoy. En las páginas de un ajado libro
comprado al peso en una librería de viejo he visto su foto. Apoyado en la
barandilla del puente donde solía tropezarle. Con el mismo traje gris y sus
carnes fofas. Con mano temblorosa he pasado la página para encontrarle de
nuevo, engullendo su cena pantagruélica en el conocido local de la Schweizer Strasse
donde tantas veces coincidimos.
Solo entonces, al ver esas fotos, he comprendido que
durante meses compartí paseos, cenas y vistas en la ciudad de Fráncfort con un
hombre muerto aferrado a la vida.
jueves, 23 de agosto de 2012
Suspendida
Su pie pisó el freno con fuerza y un
chirrido sobresaltó a los pocos transeúntes que se habían aventurado a salir a
la calle pese a lo inclemente tiempo. Lentamente, como en un sueño o en una
película, el coche se empotró contra la parte trasera del vehículo parado ante
el semáforo en rojo. Era como si el tiempo se hubiera detenido, como si todo
estuviese pasando muy deprisa o infinitamente despacio. Mierda -pensó- ahora sí
que he suspendido el examen de conducir.
miércoles, 22 de agosto de 2012
Cicatriz
De
tanto repetir la mentira, Gladys había acabado creyéndosela. La cicatriz que le
partía el labio en dos era la más visible, aunque no la única, y al final todos
acababan preguntando con mayor o menor tacto al respecto. La carretera mojada,
la motocicleta, un frenazo brusco, y luego el dolor punzante de los cristales
clavados en la carne, de las quemaduras producidas por el asfalto y los trozos
de metal. Todo resultaba creíble y explicaba también las otras marcas: en los
brazos, en la espalda...
Solo
cuando volvió a verle de nuevo, por casualidad, en la pequeña ciudad española
que la había acogido, recordó esa verdad que había conseguido enterrar durante
cuatro largos años.
Él iba
acompañado de una chica de pelo largo negro. Si no estaba aún marcada, pronto
lo estaría. Quiso gritar. A él, su odio. A ella, que huyera. Pero no hizo nada.
El miedo la tenía atrapada y cada una de las siete cicatrices que afeaban su
cuerpo escocía a la vista del agresor.
Antes
de llegar a casa ya había tomado la decisión. Dejaría el piso y el trabajo y
volvería a mudarse. No podía arriesgarse a toparse con Luis un día por la calle
y que él la reconociera. Los dos meses que necesitó para poner en orden su
marcha vivió marcada por la angustia. El corazón le latía con fuerza antes de
girar una esquina, ya no iba al cine, ni de tiendas, ni quedaba con los pocos
amigos que había hecho. ¿Para qué? Ella sabía que se iba y que un mal encuentro
fortuito podía arruinar toda su vida.
Dos
años después volvió a verlo; esta vez en la pantalla del televisor. La
periodista decía algo de violencia de género, pero ella solo se fijaba en el
cuerpo cubierto por una sábana ensangrentada y pensaba en la morena del pelo
largo.
Esa
tarde sumó una cicatriz más a las siete repartidas por su geografía. Invisible
para el resto, pero no para ella, fue la que más dolió.
viernes, 9 de marzo de 2012
El perdedor
Tus ojos me dicen que esta noche has vuelto a perder y que nada de lo que diga te servirá de consuelo. Tus labios apretados me confirman que no quieres que te acoja con miradas comprensivas ni silencios compasivos. Por eso, esta vez no rogaré para que me dejes entrar en tu habitación y me permitas curar tus heridas. Tus ojos vacíos se reflejan en los míos, pero tan ensimismado estás en tu propia derrota que no te das cuenta de que resolutos dicen: mañana me marcho.
jueves, 27 de mayo de 2010
Dentro y fuera
Querida Mari, lo prometido es deuda. Ahí va mi empujón particular al relanzamiento de Fave de Fuca. Se me ha ocurrido mirando mi reflejo dentro de mi sombra proyectada en la pantalla del ordenador.
Una sombra dentro de un reflejo.
Una vida dentro de un día.
Una palabra dentro de un silencio.
Los puzzles se unen, se engarzan, se sueldan, se enquistan.
Las piezas se desmontan, se pierden, vuelan por el aire cuando se abren las ventanas.
Desde dentro o por fuera, lo mires por donde lo mires.
Una sombra dentro de un reflejo.
Una vida dentro de un día.
Una palabra dentro de un silencio.
Los puzzles se unen, se engarzan, se sueldan, se enquistan.
Las piezas se desmontan, se pierden, vuelan por el aire cuando se abren las ventanas.
Desde dentro o por fuera, lo mires por donde lo mires.
viernes, 19 de marzo de 2010
Soñar, vivir
De tanto soñar mundos mejores, vidas distintas, nuevos amores... olvidé disfrutar mi vida real; la única que existía, la única que mi imaginación no conseguía cambiar.
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