viernes, 24 de octubre de 2008

Destino

Sólo tenía cuatro años pero ya sabía lo que era sufrir los arañazos del destino. Así lo llamaba su abuela. El destino era lo que se había llevado a su madre y a su hermano pequeño aquella mañana en la que oyó el estruendo más terrible que había oído nunca.

Pero tenía que haber algo más. Lo sabía porque cada vez que su abuela pronunciaba la palabra destino, una sombra de rechazo se asomaba en los ojos de su hermano Abdul. La rabia apretaba sus dientes y era incapaz de pronunciar palabra.

El sol quiso que sus ojos se abrieran. Inmediatamente pensó en su madre. Cuando brillaba así, su madre le despertaba con una canción de una niña que se enamoraba del sol. Por primera vez en mucho tiempo, se dibujó una pequeña sonrisa en su cara y fue a cantársela a su hermano. Apoyada en el marco de la puerta vio como se vestía frente al espejo. En ese momento, se colocó un extraño chaleco que estaba hecho de unos bloques marrones, todos iguales. Parecía como si hubiera elegido una docena de piedras de la misma forma y tamaño.

-¿Qué haces? Le preguntó Nahir.

- Voy a acabar con el destino.

1 comentario:

Unknown dijo...

Noto últimamente una inspiración muy creativa... será el amor? Me gusta esta historia, tan real y cotidiana para estos niños, y tan lejana para nosotros.
Un beso!!!