jueves, 18 de diciembre de 2008

El delator

“Hola cariño, ¿vienes con retraso? Llevo un rato esperándote”. El acento de la mujer era extranjero y su voz muy melosa. Mi corazón se arrugó al oírla. “Me temo que se ha confundido”, contesté. Y en un momento de lucidez, añadí: “No querrá usted hablar con un tal Ignacio, ¿verdad? Porque no es la primera vez que alguien llama a mi número preguntando por él”. “Sí, Ignacio, eso es”, confirmó la mujer, quien se disculpó y me adelantó que volvería a intentarlo poniendo más atención a las teclas que marcaba. Colgué y esperé. El teléfono volvió a sonar, insistente y delator. Lo estrellé contra la pared en mil pedazos. Ignacio, con las prisas, había cogido mi móvil en lugar del suyo aquella mañana.

1 comentario:

pablini dijo...

La telefonía celular al servicio de la literatura. ¿O viceversa?