jueves, 25 de septiembre de 2008

El vano

Por fin Cándido se decidió a poner por obra lo que había estado cavilando en los últimos días. Se acercó al muro que cercaba el terreno de los marqueses y comenzó a abrir un vano. La tarea no era muy costosa, pues las piedras se apilaban unas sobre otras sin argamasa. Pasó por allí un paisano, que se asombró al ver la escena.

- ¿Qué haces, loco, no ves que ese muro es de los marqueses?
- Lo que yo no veo nunca es a los marqueses por aquí.
- Pero el terreno es suyo, de toda la vida.
- Claro, de toda la vida. El marqués se llama Adán y la marquesa, Eva.

El pueblerino no comprendió el sarcasmo y preguntó que para qué hacía aquello. Sin detenerse en su tarea, contestó que para que el ganado tuviera más terreno donde pastar. ¡Pero si tú no tienes ganado!, el desconcierto del hombre aumentaba a cada segundo y llegó a su límite cuando Cándido dijo: ¡Pero tú, sí!

En un pueblo pequeño, el acalde tarda poco en aparecer allí donde se produce la noticia. Le recordó, el gesto adusto, que aquel lugar era propiedad de los marqueses y que la propiedad hay que respetarla. Cándido aseguró que cuando los marqueses apareciesen por allí y pidiesen que se cerrase el muro, él mismo lo levantaría de nuevo. El alcalde ni asintió ni le contradijo; simplemente, se marchó.

El hueco permitía entrar a un espacio desconocido para todo el pueblo. Los primeros en tomar posesión del lugar fueron los niños, pues la novedad hacía que los juegos de siempre resultasen diferentes. Después, poco a poco, el ganado comenzó a pastar por allí. Nada mejor que las bestias para desbrozar un campo.

Así transcurrieron los meses hasta que una mañana de julio de 1936 el muro amaneció restablecido en su integridad. Alguien en el pueblo se había apresurado a poner las cosas en su sitio.

De espaldas al muro, con la camisa rozando las mismas piedras que un día retiró, se encuentra ahora Cándido, que ha pedido que no le venden los ojos.

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