viernes, 31 de agosto de 2007

La trampa

Maldita sea. Cómo he podido ser tan estúpido. He caído en la trampa como un principiante. Elisa. Maldita sea. ¿Cómo ha podido traicionarme de esta manera? Me dijo que viniera aquí, que no pasaría nada... Marcelo miraba horrorizado al hombre que tenía delante. Gotas de sudor perlaban su frente. Sus ojos, muy abiertos, miraban a derecha e izquierda. Como él, querían huir. El hombre se acercaba cada vez más. Se adivinaba un objeto metálico y punzante en sus manos. Marcelo le miró a los ojos. El resto de la cara estaba cubierto por una máscara. Eran fríos. Inexpresivos. Marcelo nunca había sido un cobarde, pero ahora estaba a punto de llorar, presintiendo el dolor y la sangre. De pronto, su cuerpo se relajó: se había desmayado, presa del pánico. El hombre se retiró la máscara de la cara y observó a Marcelo sorprendido. En sus muchos años de ejercicio como dentista, nunca antes un paciente se había desvanecido en su consulta.

2 comentarios:

Mari Pickford dijo...

Y escrito esto: me voy al dentista, que tengo hora a las nueve y llego tarde :-)

Lady Sullivan dijo...

jajajajajajjaja. Antes de leer tu comentario ya he adivinado que te tocaba visita dental. Ya nos contarás. Yo desmayar no me desmayo pero tenso tanto los músculos abdominales que siempre pienso que si la dentista se sentará en mi estómago para trabajar, yo no me doblaría... A mi también me toca ir en breves... Y al ginecólogo! HORROOOOOOOOOOOOOOR