lunes, 18 de febrero de 2008

Elefantes

Este mes he publicado mi primera colaboración en la revista de temática asiática "Haiku kultura" y hoy en El Correo he leído esta historia que me ha hecho pensar que la realidad siempre supera a la ficción, ¿no?


Petita 'la fea' se casa con su novio Luka, un esbelto elefante

Petita 'la fea', una elefanta del parque Terra Natura en Benidorm, fue oficialmente emparejada ayer con su novio Luka, un esbelto paquidermo. Petita, de 34 años, era repudiada y agredida por la manada debido a su extrema delgadez (sólo pesa 2.900 kilos, cuando una hembra de su especie ronda los 4.000). Pero gracias a su amiga Kaisoso, que hizo de 'celestina', consiguió finalmente ligar.

El gran día

Hoy era el gran día. Había llegado a Jaipur cuando los primeros rayos de sol arañaban los perfiles de los edificios de la ciudad. En Jaipur no existe el silencio, dicen de ella que nunca duerme, aunque Frank Sinatra nunca le dedicara una canción. Los colores te atrapan al pasear por sus calles, es como una explosión cromática que llena tus pupilas, te abraza, te envuelve y cuando crees que has sobrevivido a su onda expansiva, vuelves a encontrar una variedad de color que tus ojos nunca han visto y esa sensación embriagadora vuelve a empezar. Por eso el amo había decidido que fuera con los ojos cerrados, para que esa amalgama no la descentrara. Hoy era el gran día, hoy tenía que ser la elefanta más bella del Festival y nada, ni siquiera la belleza de los irisados de Jaipur, podían distraerla.

Cuando descubrieron sus ojos lánguidos miró a su alrededor asustada, pero pronto encontró al amo con su mirada inquisidora, parecía que quería comunicarse con ella, preguntarle si estaba cómoda, si el viaje desde su poblado no la había perturbado, pero, en realidad, conseguía todo lo contrario, ella se asustaba con sólo mirarle, siempre parecía que había hecho algo malo. La amenaza de la vara sobre sus costillas estaba tan reciente en su memoria, en su memoria de elefanta, que no quería que sus ojos se cruzasen durante demasiado tiempo. A veces se preguntaba por qué se sometía a aquel hombre, se preguntaba si no sería capaz de aplastarlo, de convertirlo en algo pequeño e insignificante. Pero entonces, se acordaba de la hija del amo, de su sonrisa, de sus ojos como centellas y olvidaba al amo y a su vara, el miedo y el dolor.

El amo dio una palmada y un ejército de ayudantes inició su labor. Primero le pintaron la cara, la hija del amo se encaramó en su trompa y comenzó a dibujar líneas negras y rojas que luego rellenó de pintura verde jade. Cuando enmarcó sus ojos con unas estelas rosas, le besó y le dijo casi en un susurro que se había portado muy bien. Después, a escondidas, le dio un dulce de los de la feria, sabía que su padre se lo había prohibido pero no le importó. Los dos hijos varones del amo se agacharon y le pintaron las patas, sólo las hembras llevan pintadas las patas en el Festival de Jaipur.

Mientras este enjambre de operarios se encargaba de acicalarla, ella miraba a lo lejos, al partido de polo. Uno de los elefantes que estaba jugando llamó su atención, era fuerte y ágil, y una mancha oscura escondía uno de sus ojos, pero no su belleza. En ese momento, el amo decidió que era el momento de colocarle las telas. Eran unas sedas de Varanasi que la mujer del amo había bordado con oro de Mysore. Cada dos centímetros exactamente había colocado tres perlas de Hyderabad. Todo era perfecto, podía verlo en sus caras, en la expresión del amo que mezclaba satisfacción y orgullo.

Llegó el momento esperado, el desfile. El amo subido en el palanquín le gritaba órdenes que apenas oía por el bullicio de la multitud que se empujaba por tener un sitio en la primera fila. Entonces, le vio de nuevo, era el elefante del partido de polo, y no pudo resistirse, giró la cabeza y sus ojos se encontraron. Un sordo rumor llegó lentamente a sus oídos, al principio no entendía nada pero en un instante lo comprendió todo, eran los alaridos del amo que le ordenaba que volviera al desfile. No pudo evitarlo, una fuerza que llegaba desde sus cuatro patas le hizo incorporarse, notó como aquellas suaves telas resbalaban por su lomo, como el amo caía y rebotaba contra el suelo. No miró atrás, era su gran día y, ahora, lo sabía.

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