lunes, 11 de febrero de 2008

Ya se divisa en el oriente el alba

Ya se divisa en el oriente el alba. Los ojos entreabiertos vislumbran a lo lejos, la luz de la mañana. En el campo de batalla los cuerpos reposan inertes. Lucha. Se estira, intenta desembarazarse del peso del cuerpo que la oprime. Él apenas boquea. No hay restos de sangre y, sin embargo, un olor acre revela que la herida sigue abierta. Repta por el suelo y tantea con su mano derecha. Necesita recuperar su espada. Por fin la encuentra. Un esfuerzo más. Comienza a sudar profusamente. La tiene bien empuñada. Está lista. Morir o matar. Siente la reacción violenta y su cuerpo se rinde. Él le arrebata el filo y penetra su carne. El sudor y la sangre se mezclan y ella siente que con cada embestida de la hoja, la vida se le escapa. Se abandona.

Las gotas de lluvia la despiertan. Poco a poco el agua le devuelve la conciencia, lava la sangre que se filtra en la tierra. Cierra los ojos y se deja acariciar por el agua que recorre su cuerpo, sonrié, comprende que sigue viva.

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