lunes, 11 de febrero de 2008

La manta

Para las mantas de mi vida. Gracias por arroparme, protegerme y quererme.


Un día duro. Las cuentas no cuadraban y había tenido que aguantar la desconfianza de su jefe de departamento hasta que los números borraron la sospecha de su mirada. Aunque, para eso, tuvo que alargar su jornada cuatro horas más. Pero ya había llegado a su piso y en el sofá la esperaba ella, su vieja compañera, silenciosa y fiel. Era de color chocolate y obviamente era suave. Pero de una suavidad extraña, como si le faltara algo, como si, con los años, hubiera ganado en calidez pero el roce y el uso le hubieran quitado ese tacto aterciopelado que tanto le gustó cuando la vio por primera vez en la sección de saldos. ¿Qué haría allí?, se preguntó mientras la desdoblaba y la estiraba hasta su nariz. Le gustaba el olor que desprendía. Respiró profundo y pensó, ¡bienvenida a casa!

1 comentario:

Lady Sullivan dijo...

Vivan las mantitas!!! La mía es de Palencia, de lana cruda. Maravillosa. También adoro una vieja manta de cuadros de vieja que ha estado en casa de mis padres toda la vida y que ahora tengo yo conmigo. La heredé de mi perra Nana que fue su última destinataria. Ahora yo la guardo para tumbarme en los parques y su estampado me recuerda a mi chuchi querida.