miércoles, 30 de enero de 2008

La abuela de Nata

Siempre le llamaron Nata, Renata era un nombre demasiado pomposo para una niña. Sólo su abuela paterna le llamaba por su nombre completo. Bueno, eso cuando se dirigía a ella, algo que no era habitual. Para su abuela, los niños de la casa eran seres prácticamente invisibles. Necesarios para perpetuar el apellido pero inútiles para todo lo demás. Por eso, para Nata, la voz quebrada de su abuela llamándola por su nombre completo anunciaba, seguro, una mala noticia.

Aquella mañana cuando oyó a su abuela gritando su nombre desde el dormitorio de su padre, supo que lo que iba a encontrarse allí la marcaría de por vida. Su abuela agachada en el suelo intentaba sujetar la cabeza a su hijo. Un charco de sangre se extendía poco a poco por la alfombra, imparable, como si quisiera llegar a todos los rincones de la habitación.

Nata se quedó de pie junto a la puerta, no sabía qué hacer, no entendía qué pasaba. Miraba a su padre inerte en el suelo, sabía que era él, pero no reconocía la expresión de su mirada. Entonces, su abuela se giró, era la primera vez que Nata la veía llorar. Sus ojos, huecos hasta ese momento, se llenaron de repente, enseñándole el miedo, la pena, el dolor y el amor. Fue un instante pero ochenta años después, cuando Nata, rodeada de sus hijos y sus nietos, se despedía de su vida, sólo dijo yo también te quiero abuela.

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