jueves, 13 de septiembre de 2007

Huele a pan

La mujer amasa el pan con sus manos blancas de harina. Como cada día reserva la última porción de masa para cocer un panecillo que dará a su marido. Lo prepara con el mayor mimo y el hombre lo devora cada día como su fuera lo último que fuera a comer en su vida.

Ya en la casa, el marido irrumpe como un toro bravo. La encuentra en la cocina y rápidamente la toma de la cintura. Hunde su nariz en la nuca cálida de la mujer y aspira hasta llenar sus pulmones. Huele a pan.

Vamos a bailar, propone y comienza a canturrear un pasodoble mientras lleva a su esposa en volandas. De pronto se frena, pone cara de pícaro y proclama solemnemente que tiene que confesarle que hay algo que le gusta más que ella. Tu pan, grita y propina un mordisco salvaje al panecillo. Extrañado, dice que lo encuentra más salado que de costumbre. La mujer rompe a llorar.

Él la abraza y se apresura a beber sus lágrimas. Le dice que no se disguste, que el pan está tan rico como siempre. Y para corroborarlo, come otro pedazo. El pan sabe como tus lágrimas, titubea, asombrado. Comprende lo sucedido y pregunta a ver si ha llorado mientras preparaba la masa. Ella asiente. El toro bravo se angustia y pregunta por qué. Porque me he acordado de ti y de todo lo que te quiero.

Una onda expansiva de amor ha llenado toda la cocina, todas las habitaciones, todo el edificio, toda la calle. El tiempo se ha parado. La piel de ambos huele a pan.

2 comentarios:

Lady Sullivan dijo...

Y yo que me esperaba un desenlace tórrido tipo El cartero siempre llama dos veces y resulta que te pones tierno y nos hablas de sentimientos. Cómo eres! Yo ya estaba disparada evocando pieles con olor a pan.

Mari Pickford dijo...

Ay Sulli que te pierdes... Aunque es verdad que ninguno de nosotros se ha atrevido con un minicuento erótico :-) Me han gustado mucho vuestros cuentos de hoy.