martes, 3 de julio de 2007

La prueba

Quién dijo que la rutina fuera mala. Emilio la añora profundamente. Antes todo estaba en su sitio y en su momento. Ahora todo son prisas e improvisación. Echa de menos sus paseos interminables en aquel espacio pequeño, y las conversaciones siempre parecidas y nunca iguales. Recuerda a sus verdaderos amigos, esos que se dieron cuenta de que marcharse de allí no era lo mejor. Qué fácil era todo cuando la comida siempre se servía puntualmente y para leer un libro por la noche no había que comprarlo, bastaba con pedirlo. Emilio está decidido a volver. Observa a un grupo de obreros que pavimenta las calles y, con una agilidad impropia de un anciano, roba varios adoquines. Uno a uno los va lanzado contra los escaparates de El Corte Inglés. Los enormes cristales caen como telones que dejan ver al público la obra de teatro de los maniquíes. Las figuras inmóviles no se deciden a salir, tanto tiempo han permanecido quietas. Los transeúntes más atrevidos entran en el escenario. La rapiña ha comenzado. Emilio agarra con fuerza el último adoquín. No quiere tirarlo. Es la prueba que lo delata. Pronto volverá al lugar que le corresponde.

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