Era una luz cegadora, que se desplazaba a unos diez metros del suelo sin rumbo fijo. Nunca había visto nada igual. Era incapaz de pestañear y su boca se resistía a cerrarse. Se sentía maravillada por lo que tenía ante sí. No podía creerlo, pero allí estaba. La emoción y el temor se entremezclaron en sus entrañas.
Lourdes, ¿vienes a la cama o te quedas viendo a Iker?
2 comentarios:
buenísimo. voy a hacerme milenarista para vivir esas emociones.
Ay Anita... La cuqui-cuqui te tiene gagá perdida. Si es que ella es una inmensa efeméride en nuestras vidas.
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