lunes, 21 de abril de 2008

Melancolía de lluvia

Se siente parte integrante del poema, de ese hermoso poema que tanto y tanto recitó. Porque es un ave del norte, de mañanas brumosas y de xirimiris eternos que calan hasta el alma.

La niebla de Londres que rezuma el Támesis como si fuera una enorme chimenea y la luz de brujas que se refleja burlona en los prados verdes esmeralda de Asturias. Las botas de plástico y los eternos impermeables de las tardes bilbaínas en las que recorría la ciudad saltando de charco en charco.

Madrid, vencejo luminoso, está tomado por la lluvia. Desde la ventana se divisan nubes añil preñadas de lluvia. La melancolía la apresa. Ya no sabe si son las angustias, las incertidumbres, la larga espera o si quizás el gris cobalto del cielo y el resplandor azul marengo de la luna llena conjuran para rodearla de demonios. Gris cobalto también es el cielo que se refleja en el río. Piensa en la ría del Nalón y no en la otra ría, la mayúscula, la de su infancia.
En los días oscuros baja el Nalón desde los pozos de carbón como una inmensa lengua de plata que busca a la mar como el amante busca a la amada.

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