miércoles, 27 de junio de 2007

Espíritus grandes

No puedo dar un paso más, me muero. Llevamos ocho horas caminado, ya no respiro, me duelen los pies, las piernas, tengo sed, hambre, calor. ¡Menudas vacaciones! Y lo mismo día tras día. ¡Por dios!, quién me mandará hacerte caso. Y pensar que ahora podría estar en un hotelazo de la rivera maya tomándome el quinto copazo del día... Almudena, cariño, yo trabajo mucho todo el año y mi idea de descanso no consiste en venir al culo del mundo a dormir en tiendas de campaña o en hotelillos de mierda. No quiero desayunar pan ácimo seco y ese batido repugnante de calabaza con vete tú a saber que más. No quiero que me coman los insectos, ni quiero que el sol me abrase la nariz por mucha protección que me eche. Por no hablar de los dolores de cabeza y el malestar constante de los primeros días. Quiero estar bajo una sombrilla, tumbado en una playa del Caribe con un camarero vestido de blanco y con guantes que me traiga cócteles sin parar. Almudena no escuchaba nada, pensaba que en este viaje ya lo había visto todo, pero se equivocaba. Había más, mucho más de lo que se imaginó antes de venir a este lugar increíble, más de lo que ya había visto hasta ahora y la había dejado conmocionada, emocionada, enamorada para siempre. Respiraba trabajosamente y tenía el corazón encogido y el alma desbordante por lo que contemplaban sus ojos. Se puso a llorar. A lo lejos, la selva lo inundaba todo y justo a sus pies, a tan sólo un kilómetro, Machu Picchu se alzaba majestuosa.

No hay comentarios: