martes, 23 de octubre de 2007

El conductor ruso

Hasta siempre, Vladimir. Cuando llegó a aquel territorio hostil dominado por hombres barbudos nadie quiso ayudarla. Iba a irse a casa, a punto estuvo de llamar a la redacción para pedir que mandaran a Gonzalo. No hubo necesidad. El ex soldado se presentó en el Mustafa y le ofreció sus servicios.
Ahora la tormenta había estallado en Irak y Marta, poseída por el ritmo feroz de los tambores, se dirigía allí y dejaba el país embozado. Besó a su chofer y deseó con todas sus fuerzas volverse a cruzar con el ruso en esta vida; en todas las vidas.

1 comentario:

Anita Baker dijo...

Que no había leído este cuento. Me gusta. También es susceptible de que lo seleccionen