Después de tres semanas de aislamiento, los carceleros dieron a escoger a Eusebio entre disponer de permiso para fumar o pasar a una celda compartida. Sopesó la propuesta. Se moría de ganas por llenar los pulmones con el cálido humo del tabaco. También le venían a la memoria viejas historias sobre la camaradería entre reclusos y otras de abusos, violencia y traiciones.
Cuando el carcelero le preguntó qué había decidido, contestó que quería pasar a una celda compartida con permiso para fumar en su celda de aislamiento. Y yo quiero una negra que me abanique, respondió el guardia mientras cerraba la pesada puerta.
Eusebio comprendió que le esperaban, al menos, otras tres semanas sin compañía y sin tabaco. La duda, eterna compañera. Y ni una moneda en el bolsillo para echar al aire.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario